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El cristianismo y la cultura japonesa

Cristianismo y Japón

Mientras millones y millones de cristianos occidentales celebran durante abril la Semana Santa, en Japón la religión cristiana sobrevive con menos del 1% de adeptos dentro de su población.

No recuerdo haber visto alguna vez una iglesia de carácter cristiano en Japón, y seguramente se debe a que dentro de sus más de 120.000.000 de habitantes la cantidad de feligreses cristianos bordea apenas el millón de personas. En una cultura que

por cientos de años ha sido guiada por la religión shintoísta y la budista, el cristianismo tiene una historia relativamente reciente que comenzó por el siglo XVI y como en otras partes del mundo tampoco estuvo exenta de carismáticos líderes, controversias, persecuciones, batallas y muertes.

El español Francisco Jaso Azpilicueta, más conocido como Francisco Javier, fue un inquieto estudiante de filosofía que en un momento decidió cambiar el rumbo de su vida para transformarse en un monje jesuita que pudiera expandir la palabra de Cristo por tierras lejanas. Como representante papal y portavoz del cristianismo, se aventuró hacia las Indias Orientales y recorrió múltiples naciones hasta que e

n el año 1549 arribó a las costas de Kagoshima en el sur de Japón.

Según la Compañía de Jesús, Francisco Javier fue el primer occidental culto que se involucró completamente con la cultura japonesa. Compartió con ellos, visitó múltiples ciudades, estudió su idioma, conoció a sus autoridades, admiró su cultura e intentó describirle a Occidente, mediante sus sorprendentes cartas, lo evolucionada que era la organización social de los habitantes de este nuevo mundo.


Aprovechando esta inmersión en la cultura japonesa, Francisco Javier predica la palabra de Cristo y mediante ella construye una popularidad que no pasó inadvertida por parte de la población, logrando formar una pequeña comunidad con aproximadamente 1.000 nuevos cristianos. Aunque Francisco Javier se retira posteriormente hacia China en su periplo para difundir el cristianismo, los jesuitas se instalan en Japón para continuar la labor de quien sería canonizado muchos años más tarde y llamado San Francisco Javier, el Apóstol de Oriente.

Se estima que para el año 1557, ya existían en Japón más de 100.000 japoneses convertidos al cristianismo, donde se podían encontrar desde guerreros samurai hasta campesinos y pescadores. Ante el éxito de la evangelización, los jesuitas llegaron a especular que podrían convertir a todo Japón en un periodo de sólo 10 años.

Hay historiadores que plantean que la ascendente adopción de la fe cristiana se debió a factores netamente económicos, ya que los jesuitas llegaron a monopolizar el comercio de la seda entre China y Japón, además de la venta de armas de fuego como mosquetes y arcabuces. El poder que algunos señores feudales japoneses veían en estas nuevas tecnologías de guerra, les hicieron adoptar el cristianismo y obligar a sus gobernados a que también lo hicieran. Según la visión economicista, el ocaso de esta ola evangelizadora comenzó cuando los beneficios de la ruta de la seda y las negociaciones con los jesuitas ya no fueron de la conveniencia absoluta de los grandes líderes japoneses.

Otra teoría habla de los beneficios político-religiosos que vieron los Daimyou (señores feudales japoneses) en la aceptación del cristianismo. Ellos creyeron que con la introducción de esta nueva religión, tan externa a las tradicionales creencias orientales, podrían llegar a disminuir la cantidad de adeptos al budismo y de esta forma reducir el poder de los monjes budistas sobre el pueblo de Japón.

Independiente de la postura que se tome para analizar la introducción, auge y caída del cristianismo en la Edad Media japonesa, la mayoría concuerda en que la mala fama que poseía esta doctrina en cuanto a su relación entre evangelización y conquista por las armas, hizo reaccionar a los señores feudales al punto de instaurar leyes contra los cristianos y comenzar una persecución para tratar de expulsarlos del territorio japonés. Aquellos cristianos que se negaran a abandonar el territorio o su fe, serían castigados con la muerte. Así fue como el máximo líder militar del momento, el shougun Toyotomi Hideyoshi, apresó a 26 cristianos y los hizo caminar durante el invierno desde la ciudad de Kyouto hasta Nagasaki. Al final de este trayecto los 26 prisioneros, entre los que figuraban misioneros y laicos, fueron crucificados y atravesados con lanzas como le sucedió a su ícono religioso Jesús de Nazareth.

Posteriormente a estas persecuciones la Iglesia Católica en Japón se desintegró poco a poco como institución y permaneció sin sacerdotes hasta la llegada de nuevos misioneros durante el siglo XIX. En el año 1962, y aunque la población cristiana japonesa es mínima en comparación a las otras religiones, se erigió un monumento en Nagasaki para recordar la matanza de los 26 mártires cristianos, la cual es un ejemplo más de la poca tolerancia y la falta de comprensión que tenemos sobre la libertad de culto, sea cual sea la fe que profesemos.

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