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Los 50 kamikaze de Fukushima

Japon Fukushima

Después del terremoto y el tsunami sufrido por Japón, voluntarios de la Tokyo Electric Power Co. luchan incansablemente por enfriar los reactores nucleares dañados. Conozca la historia de los 50 kamikaze de Fukushima.

Fukushima está ubicada aproximadamente a unos 250 kilómetros de Tokyo, más específicamente en el noreste de Honshu, la isla principal del país del sol naciente. Desde que el macabro evento de la naturaleza azotó el archipiélago, un grupo de japoneses ha volcado todos sus esfuerzos en evitar el sobrecalentamiento de los reactores. Debido a que los generadores destinados a realizar este trabajo no funcionan, la labor humana es indispensable para poder evitar una catástrofe de consecuencias impredecibles.

Por esta razón, todos los ojos y oraciones de Japón están puestos en aquellos valientes que se ofrecieron para lograr la titánica tarea. Aunque son mucho más de 50 personas las que trabajan en ello, se les conoce como los “50 kamikaze de Fukushima”, ya que trabajan en turnos rotativos de 50 voluntarios.

Los trabajadores de la planta de Fukushima decidieron sacrificar sus vidas para salvar las de miles de personas que se podrían ver afectadas por los problemas de las instalaciones nucleares.

El término “kamikaze” tiene sus orígenes en el siglo XIII cuando el ejército mongol liderado por su emperador Kublai Kan intentó invadir Japón en dos ocasiones. En ambos intentos de conquista la poderosa armada de Kublai Kan se vio reducida por tifones que hundieron sus naves y la hicieron retroceder. Los japoneses de la época atribuyeron estos sucesos a su dios del viento Fuujin, acuñando el concepto de “viento divino” o “shinpuu”.

Muchos siglos más tarde, durante el desarrollo de la segunda guerra mundial, los pilotos de combate japoneses comienzan a estrellar sus aviones deliberadamente contra los portaaviones norteamericanos en un intento desesperado por ganar la guerra. Es así como miles de jóvenes sacrificaron sus vidas al lanzarse en picada como verdaderas bombas humanas, queriendo transformarse en el “viento divino” que volviera a proteger a la nación japonesa del invasor. Los ideogramas japoneses que formaban el concepto “shinpuu” o “viento divino” fueron interpretados por los extranjeros como “kamikaze”; y es así como lo conocemos hasta nuestros días.

El comportamiento kamikaze recoge el ancestral sentimiento de la casta samurai, la cual creía que la muerte en el campo de batalla era un verdadero honor. Durante siglos los guerreros samurai se destacaron por su valentía y su incuestionable sentido del deber, el cual promulgaba que era mejor morir honoríficamente que llevar una vida indigna.

Los 50 kamikaze de Fukushima nos son pilotos de combate involucrados en una guerra mundial ni antiguos samurai defendiendo sus ideales; simplemente son ciudadanos japoneses que ante una situación tan grave como lo es un desastre nuclear, están conscientes que su trabajo es fundamental para proteger a cada uno de los habitantes de su nación.

Muchos de Los 50 kamikaze de Fukushima seguramente están pensando que no sobrevivirán, ya que la exposición a los altos índices de radioactividad que están experimentando los dejarán con graves secuelas o los llevarán definitivamente hacia la muerte. Sin embargo, estoy seguro que ninguno de Los 50 kamikaze de Fukushima se arrepiente del trabajo que está realizando, ya que el profundo sentimiento del deber que vive el pueblo japonés puede dejar sin habla y sin comprender a cualquiera.

¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a sacrificar nuestras vidas por nuestra nación o nuestros conciudadanos?¿Cuántos trabajaríamos en un reactor nuclear a punto de estallar sin preguntar antes qué vamos a recibir a cambio?¿Cuántos seríamos capaces de llevar hasta el extremo la tan celebrada “solidaridad chilena”?

Espero que no sólo las familias de Los 50 kamikaze de Fukushima y los habitantes del remoto Japón estén agradecidos de ellos. Ojalá esta brutal crisis nos haga comprender que los 50 kamikaze de Fukushima son un ejemplo de heroísmo, de sacrificio y de amor por los demás para todos los que vivimos en este planeta. Anhelo de todo corazón que la lucha de estos históricos voluntarios nos otorgue una lección de vida que jamás olvidemos y nos permita alcanzar ese viento divino que nos proteja ante toda eventualidad.

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